Welcome to Maine

Qué extraños y deliciosos personajes pueblan Maine los días de lluvia. Algunos no tienen cara, otros (los más) no tienen manos. Se asoman a las ventanas de los porches, nunca salen de sus casas porque tienen la sangre tan helada que sus venas se han convertido en finos cables de cristal endurecido que no permiten el movimiento de las articulaciones. La permanencia en Maine lo es todo. Por eso las vidas de sus habitantes son cíclicas, por eso el Hotel más conocido en la ciudad tiene los pasillos circulares. Por eso es imposible huir. Y si llega hasta allí un extraño, después de haber conducido durante horas a través de una niebla sofocante, y deja su coche en el enorme aparcamiento abandonado, e incluso se atreve a adentrarse por las calles en silencio cubiertas de un blanco atroz, los habitantes de Maine le mirarán (le miraremos) con desconfianza y con lástima, porque es posible que los últimos visitantes ya no recuerden ni siquiera cuándo ni cómo llegaron hasta aquí, hasta las mismas carreteras insondables que no acaban, y no se reconozcan en este nuevo extranjero que, si permanece atento al borde de los parterres encharcados, cerca de las canchas de deporte vacías y de las casas a ambos lados, y se mantiene sigiloso y repitiéndose su nombre para poder escapar si así lo quiere, quizá vea la mitad de una cabeza sin rostro desistiendo de mirar por la ventana de algún porche, o a algún hombre sin manos que camina, deslizándose como un leproso, justo por la mitad de la avenida principal hasta el reloj, herido de conmiseración y de abandono, resignado en el recuerdo de todos los inviernos, congelado, muerto de frío, en realidad muerto del todo.

Escrito por Maine | web Maineen la niebla de los dias.

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