AzulOscuroCasiNegroDaniel Sánchez Arévalo

El viernes día 31 de marzo, a las ocho de la tarde, con la resaca del preestreno del día anterior, agotado después de diez días de promoción, viajando sin parar y durmiendo muy poco, me metí en una sesión a ver mi película. No tenía ninguna gana. Estoy harto de ver mi película. Pero quería asegurarme que todas las sensaciones que había experimentado hasta ahora eran genuinas. Que todo el entusiasmo del pase en Málaga, de los preestrenos en Barcelona, Bilbao y Madrid, era de verdad. Donde ya no hay familiares, ni amigos, ni famosos, ni gente que entra gratis (que viene a ser lo mismo). Sólo gente que decide entre la maraña de estrenos que abruman la cartelera, ir a ver tu película pagando seis euros. Esos son los que valen. Esos son para los que está hecha la película. Y yo tenía que verlo. Así que me fui al Renoir Retiro, a los cines de mi barrio, a verlo con mis propios ojos. Algo más de media entrada y en su mayoría gente mayor. Es lo que tienen los cines de barrio. Me senté en la última fila, no me interesaba ver la película, me interesaba ver a los espectadores, aunque fueran sus cogotes. Me compré palomitas y una coca cola light mediana. Sí, yo soy de esos. Qué placer consumir palomitas mientras asistes a la proyección de tu película. 105 minutos después se encendió la luz. Fui el último en salir de la sala. En la calle, vi como una pareja compraba entradas para la sesión de las diez y media. “Me da dos para la de Azulnoséqué”. Estos eran más jóvenes. Almodóvar ya había agotado todas las de su sesión, para la mía aún quedaban bastantes. Bueno, oye tampoco hay que ser demasiado exigentes. O sí, hay que serlo, porque tal vez sólo así conseguiremos que el público deje de mostrar un rechazo sistemático ante el cine español, que nos den una oportunidad a los recién llegados, que no sólo llenen las salas Almodóvar, Amenábar, León o Segura, que bien merecido tienen su público. Y eso sólo se puede conseguir desde la exigencia y la obsesión, siendo muy honestos con nuestro trabajo. Y si no es un esfuerzo conjunto, de nada va a valer. Cuántas veces he escuchado yo a la salida de un cine, después de ver una película española mala: “No vuelvo a ver cine español”. O en los videoclubs: “Esa no la cojas, que es española”. Yo, por mi parte, no pienso permitir que eso ocurra con una película mía. Y me seguiré metiendo en las salas de cine para ver cómo reacciona el público, con mis palomitas y mi coca cola light mediana.

El otro día alguien me dijo: “Qué putada, menuda competencia ir contra Almódovar, ¿no?”. No, yo no compito con Almodóvar, yo quiero jugar en el mismo equipo que Almodóvar, y cuando él esté cansado de llenar los cines estar yo ahí preparado para sustituirle, aunque sea para jugar los minutos de la basura. Poco a poco.

Esa noche de viernes por fin descansé. Dormí siete horas por primera vez en muchos días. En el cine de mi barrio, en una sala pequeña medio llena, la gente se rió y se emocionó. Reaccionó tal y como yo lo había imaginado, tal y como me lo llevaba currando durante dos años. Al salir el público tenía una sonrisa en la cara, bastante menor que la mía, pero más que suficiente. Esta película española les ha gustado. Esta no les va a causar rechazo hacia el cine español, el cine que me ha tocado vivir, que nos ha tocado vivir. En la siguiente igual juego ya más minutos.

Escrito por Daniel Sanchez Arevalo

via clubcultura.com actores en azuloscurocasinegro

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